jueves, 17 de abril de 2008

[09] [.tem] La calle es mía

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  • "Sí, soy maricón"
  • Julen Zabala · EHGAM # EHGAM-DOK, 2008-01-06
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El pasado 3 de enero quienes acudimos a la concentración convocada por Kattalingorri –el centro de atención a gays, lesbianas y transexuales de la capital navarra— para denunciar, desgraciadamente una vez más, una brutal agresión homófoba, tuvimos la satisfacción de poder mostrar nuestra solidaridad a David, el joven agredido, sin que nos importara lo más mínimo el desapacible anochecer que caía sobre Iruñea.

Cuando días antes trascendió la noticia desde diferentes medios de comunicación un terrible escalofrío volvió a recorrer nuestro cuerpo. Quienes nos sentimos gays, lesbianas, transexuales, etc., o simplemente diferentes a lo que la heteronorma nos dicta, sufrimos como propia cualquier agresión de este tipo.

Las organizaciones que llevamos tanto tiempo luchando contra la discriminación, como EHGAM desde hace más de treinta años, tenemos claro desde el inicio que ninguna persona debería sufrir por su condición –sexual o de cualquier otro tipo—en ninguna circunstancia. Pero, lamentablemente, sigue sucediendo y con una frecuencia más que alarmante, aunque en pocas ocasiones trasciende a la opinión pública.

De poco sirve, seguimos reflexionando, que se hayan conseguido ciertos avances legales, reconocimientos sociales y algunos referentes, si a la hora de la verdad las estructuras heterofascistas siguen prácticamente intactas en nuestra sociedad.

Un joven como David tiene todo el derecho del mundo a poder presentarse tal y como es allá donde decida, a cualquier hora del día o de la noche, y frente a cualquier persona. Aquí y ahora y ante quien sea, debemos poder alzar nuestra voz para decir sin temor alguno: “sí, soy maricón, ¿y qué?”, “sí, soy bollera, ¿pasa algo?”, “sí, soy trans, ¿te importa?”.

Tenemos que reconocer el valor de David, no sólo por dar a conocer públicamente su condición a su edad, sino por afrontar la agresión homófoba que ha sufrido con la mayor dignidad: de frente, denunciándola y haciéndolo, además, en los medios y presentándose –todavía maltrecho—en la concentración convocada por Kattalingorri. Esta denuncia es en sí misma un síntoma de que avanzamos, sin duda, pero debemos reconocérselo en su justa medida.

Sabemos las dificultades para presentar cualquier denuncia y, aún más, en los casos de agresiones heterofascistas, ya sean homófobas, lesbófobas, tránsfobas, (hetero)sexistas, machistas… Y más aún cuando no haya quien lo atestigüe. Se necesita, sin duda, mucha valentía para superar infinitos miedos tanto personales como sociales. Pero no hay otro camino.

Aunque demasiadas veces este camino sea insuficiente, resulta imprescindible para iniciar la identificación de los agresores y el proceso judicial correspondiente. Incomprensiblemente y a pesar de la alarma social que sigue en ocasiones a este tipo de agresiones –recordemos las terribles imágenes del caso de Sergi Xavier Martín que agredió a una joven en un tren en Barcelona el pasado 7 de octubre—los culpables pueden seguir en la calle como si nada hubiera pasado. Apelamos a las instancias judiciales a que den una respuesta inmediata y una condena ejemplar ante estos sucesos.

La agresión, entre gritos de “maricón de mierda”, que sufrió David la madrugada del 27 de diciembre coincide, cómo no, con lamentables declaraciones de jerarcas de la iglesia católica. Bernardo Alvarez, desde su púlpito de Tenerife, afirmó unas horas antes que la homosexualidad perjudica a las personas y a la sociedad, tildándola de enfermedad, considerando, sin ningún rubor, que el 94% de los homosexuales lo son por vicio y justificando los abusos a menores, porque “si te descuidas, te provocan”.

Unos días más tarde, en la “oración” por la familia cristiana y con la bendición papal, otros jerarcas tomaron el testigo. Rouco Varela arremetió contra las políticas en materia de familia, como el matrimonio de personas del mismo sexo o la simplificación del divorcio, que suponen, según dijo, “una marcha atrás en los derechos humanos”.

García-Gasco criticó lo que considera la cultura del laicismo, un fraude que sólo conduce a la desesperación por el camino del aborto, el divorcio y “las ideologías que pretenden manipular la educación de los jóvenes", por lo que "nos dirigimos a la disolución de la democracia". Cañizares, por su parte, aseguró que la familia está bajo "amenazas claras y ataques de gran calado", que suponen un "ataque grave para el futuro de la sociedad".

Pero no nos engañamos. Aunque hay quienes consideran que no se trata más que de muestras del fanatismo de una parte de la jerarquía católica y de que caben otras posturas dentro de una misma iglesia, el silencio nos confirma de que quien calla, otorga.

Las palabras del tal Blázquez, a la sazón presidente episcopal y representante al parecer de la moderación, que pronunció en la misma “oración” del 30 de diciembre, no dejan la menor duda. "Se quiere desacreditar a la familia cristiana contraponiéndola a una supuesta familia moderna" afirmó, censurando todas las leyes que ignoran que no hay más modelo de familia posible que el que "está fundado por el matrimonio como unión estable entre un hombre y una mujer".

Lo que nos queda bien claro es que la homosexualidad, como por ejemplo la igualdad de la mujer, no tiene sitio posible en esta iglesia y que el cielo católico –pero el de prácticamente todas las iglesias e incluso religiones—es un infierno terrenal para gays, lesbianas y transexuales.

Es hora de poner freno a estos ataques permanentes. Todas las fuerzas progresistas y los movimientos sociales deben implicarse al máximo para erradicar para siempre esta plaga e implantar una sociedad verdaderamente laica. Este fanatismo de la jerarquía católica, el silencio cómplice y el seguidismo de otros sectores ultras promueven, sin duda alguna, actitudes de homofobia, lesbofobia, transfobia, (hetero)sexismo y machismo, cuyo resultado final no es sino insultos, agresiones e, incluso, crímenes de odio.

Instituciones que no creen ni en los Derechos Humanos ni en la igualdad ni en la diversidad, que siguen discriminando a la mujer y considerando la homosexualidad como enfermedad, deben ser en cualquier circunstancia despreciadas socialmente y arrinconadas institucionalmente: por de pronto, no pueden seguir recibiendo financiación pública ni ostentando papel alguno en el sistema educativo.

La actitud ejemplar del joven David ante la brutal agresión homófoba que sufrió debe hacer reflexionar a toda la sociedad. Su testimonio es una lección inestimable, una lección que a no tardar debe incorporarse en asignaturas como Educación para la Ciudadanía a la hora de tratar temas como la homofobia. Sólo desde el sistema educativo y desde la pedagogía social conseguiremos que hechos como el denunciado no vuelvan a repetirse.

Si fuera necesario acceder a la ciudadanía mediante un carnet por puntos, a David le sobrarían muchísimos. Pero, parafraseando sus mismos versículos, sería más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja a que esa jerarquía católica impresentable e indecente obtuviera su condición de ciudadanía.

Quienes queremos seguir viviendo con la cabeza muy alta y disfrutando de la libertad que nos permite decir con orgullo “sí, soy maricón”, “sí, soy bollera” o “sí, soy trans”, pese a quien pese, deseamos transmitir a David nuestro apoyo, afecto y solidaridad. Quienes, como él, sufren o vayan a sufrir por su condición, sepan que tienen cabida en nuestra familia, que aunque le duela al Goliat heterofascista, es también una gran familia, una familia que tiene por bandera el respeto a la diferencia y a la diversidad.

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